18/1/2017 |
Programa: Daniil Trifonov
Lloc i dia:Auditori de Barcelona
Todavía con el sabor en la boca del bonito Werther estrenado el día anterior en el Liceu, ópera romántica por antonomasia y triunfo personal de Piotr Beczala quien bisó el celebérrimo Pourquoi me réveiller, llegó a l’Auditori el nuevo talento ruso del piano: Daniil Trifonov (5 de marzo de 1991, Nizhny Novgorod), en uno de los conciertos solistas más esperados de la temporada. El ambiente era de máxima expectación, pues sus dos visitas previas a Barcelona en temporadas anteriores habían ya complacido y sorprendido a partes iguales a un público ansioso siempre por descubrir estrellas, ¿serán fugaces?
La evidencia por delante, Trifonov es un talento natural en las teclas, reúne la perfección técnica, dominio de la pulsación, intensidades y brillo con una plausible capacidad de interiorizar la música y hacérsela suya desde el principio, no recrea las partituras, las construye desde un punto de vista personal y característico. Esto es de agradecer ya que se revela un artista ambicioso y creador, ¿quizás por sus inicios como idea de ser compositor?, pero se topa también con una disyuntiva. Así se apreció sobretodo en las Kiderszenen de Schumann con las que abrió su incendiario recital. Para poder lanzarse al abismo, quizás la madurez que solo dan los años, cubren un riesgo para no desdibujar lo que se interpreta, o más bien, para que no pase lo que pasó, como con Von fremden Länder und Menschen, la primera pieza de Las escenas de niños, op. 15 de Schumann, donde costó reconocer la obra debido a la libertad interpretativa y subjetivismo con la que Trifonov la abordó. Así pues, una extraña mezcla de impresión que hacían pensar en dudas al teclado o en incluso un error de planteamiento, se desarrollaron las trece escenas. Entre el asombro y la especulación, Trifonov dejó clara una cosa, primó ‘su versión’ de las piezas, por encima de mostrar un claro referente del romanticismo pianístico. ¿Es este subjetivismo en grado sumo, como en el sino del Werther goethiano, una razón válida que lo justifica todo?, si el romanticismo es subjetividad, libertad formal y pasión encima de la razón, es posible, pero el resultado desconcertante y sin medias tintas quedó como gran signo de interrogación para todos.
Con la Toccata, op. 7, puro fuegos artificales, aquí sí, sin tiempo de reinterpretar lo que ya de por si es un virtuosismo que deja sin aliento al intérprete y al público, llegó la Kreisleriana, op. 16.
Obra icónica del mejor Schumann pianístico, se pudo disfrutar de un Trifonov más interesante, pues la génesis de la obra, con los marcados acentos y arrebatos románticos, como en Äufsser bewegt, tuvieron en respuesta sensibilidad extrema y trascendencia con momentos mágicos como en los Sehr langsam. Si Daniil siguió con su recreación, aquí fue mucho más meditado, dialogante y atractivo en los resultados de esta obra de media hora donde los contrastes de furor y calma, se sirvieron con maestría y creación de un mundo interior apasionante.
Después de esta primera parte completamente dedicada a Schumann, Daniil presentó una segunda dedicada íntegramente al repertorio ruso, coto natural de su formación y escuela, cosa que se pudo percibir y degustar con una selección apasionante de los 24 preludios y fugas, op. 87 de Shostakovich. Seguramente por las características de una obra que debe y bebe de Bach pero que combina la personalidad del Shostakovich más reflexivo, fueron cinco piezas donde se pudo disfrutar del Trifonov más interesante.
En el programa de mano se obvió la primera pieza, el preludio núm. 4 en mi menor que inició la selección, donde el solista buceó en una emocionante búsqueda de una voz interior, la del Trifonov reflexivo y nada manierista. Serenidad, concentración, mostró al intérprete más absorto y cómplice en la música pura, sin artificios. Transmitió la esencia de una partitura hermosa y trascendente. Para acabar, esta vez con un dechado de virtuosismo apabullante, por si no había quedado claro de porqué Trifonov se come literalmente en escenario, interpretó los Tres movimientos de Petrushka de Stravinsky con un piano exponencial que pareció una orquesta brillante y viva.
El publico, rendido, disfrutó de los mil colores de la obra, donde la imaginación del melómano llevaba a su versión orquestal constantemente, y donde Trifonov desbordó frescura, dinámicas, control absoluto de la pulsación, respiraciones, pero sobretodo una exultante capacidad de riqueza de sonido merced a una técnica poderosa y una imaginación interpretativa desinhibida y mayestática, propia de un músico que sabe ponerse a prueba dando lo mejor de sus virtudes.
Fueron dos horas y media de un concierto apasionante y desconcertante al mismo tiempo, premiados con una audiencia conquistada y con el solista regalando dos bises, habituales en sus recitales, los Op.20 y Op.26 de los bonitos "Fairy Tales" de Nikolai Medtner. Puede que tenga algo del fuego fatuo de una Argerich, también del espíritu descomunal y severo de un Sokolov, incluso del aura de enfant terrible de un Gould, pero lo que está claro, es que solo de su mano, si sabe conducirla en este mundo loco y acelerado de la música clásica del siglo XXI, Daniil Trifonov puede convertirse en un icono del piano del nuevo milenio.
Werther acabó mal su subjetivismo desaforado, esperamos que con esta estrella indiscutible de las teclas, el tiempo se porte mejor y se pueda hablar de memorables conciertos del ruso de aquí veinticinco años más.
Existe la posibilidad de ver este mismo programa, grabado en vivo desde el Carnegie Hall de N.Y. gracias a Medici.tv