Así pues, mientras las brujas de este Macbeth de Verdi con el que se levanta el telón pronuncian su hechizo –“Las tres hermanas, unidas de manos, mensajeras de tierra y del mar, las tres, gira que gira....Tres para ti y tres para mí...”, tal como reza el original de Shakespeare–, los tres hermanos de la cultura ocupan el palco presidencial. Son los representantes de las carteras de Madrid, Catalunya y Barcelona: Íñigo Méndez de Vigo, Santi Vila, y Jaume Collboni... La fiesta no ha hecho más que empezar. Están la presidenta del Parlamanet, Carme Forcadell, los ex-Presidents de la Generalitat Artur Mas y José Montilla, el diputado delegado de presidencia-Diputació Jaume Ciurana, el presidente del consejo de mecenazgo del Liceu, Salvador Alemany. Incluso Joaquim Molins, el presidente de la Fundació ha conseguido hacer acto de presencia en silla de ruedas.
Los tres hermanos –los del mayor aporte económico a la institución– derrochan elegancia y cintura. El más suelto, por eso, es Méndez de Vigo, no sólo porque está en su elemento –gusta de la ópera y además canta, con voz de tenor–, sino porque parece hacerse muy suyo el reciente espaldarazo del Ministerio al Liceu, con la creación de esa Comisión Interadministrativa del acontecimiento de excepcional interés público que es el 20 aniversario de su reapertura y el bicentenario de la creación de la Societat d’Accionistes. Es decir, un paquete de exenciones fiscales que vale la pena tener en cuenta y que dura hasta el 30 de junio de 2019.
En resumidas cuentas: la tensión está siendo mucho mayor en el escenario que en este palco de las buenaventuras. El Verdi de puñalada trapera lo defiende por primera vez Ludovic Tézier, un barítono en hora punta, y una Lady Macbeth, Martina Serafin, que acaso se toma al pie de la letra el deseo de Verdi de afear la voz.
La velada está siendo eléctrica. Será el calor que ha planeado hoy sobre Barcelona, o la pasión que le pone el maestro Giampaolo Bisanti a este Verdi de juventud en el que de Shakespeare se recoge sobre todo la bilis y menos su extraordinario sentido del humor. La Simfònica y el Cor del Liceu responden a Bisanti dando lo mejor de sí, mientras el público disfruta de la perfecta simbiosis de letras y música que logra el compositor milanés con el libretista Francesco Maria Piave y el poeta Andrea Maffei.
Esa tan pulcra factura musical no entraría tan fácilmente en vena si no fuera por esa puesta en escena de Christof Loy que apela a un imaginario colectivo intergeneracional: el cine de Hitchcock. Más aún, su Rebecca y ese Manderley años cuarenta que se antoja más gótico si cabe que el castillo escocés shakespeareano. En esos salones en blanco y negro es donde Lady Macbeth invoca a la muerte, se conjura para que el alimento de sus senos se convierta en hiel y que ningún atisbo de dulzura la doblegue antes de llegar a reina.
La platea contiene la respiración. Morirá hasta el apuntador. Y es que la proximidad es un activo en esta experiencia verdiana. De ella disfrutaba Javier Godó, conde de Godó y presidente-editor de La Vanguardia; Albert Batlle, director general de los Mossos d’Esquadra; Javier Coll, presidente de la Societat Gran Teatre del Liceu; Miquel Valls, presidente de la Cambra de Comerç; Constanti Serrallonga, director general de Fira Barcelona; Josep González, presidente de Pimec; Antoni Abad, presidente de la Cecot, o Jordi Cornet, presidente del comité Ejecutivo del Consorci de la Zona Franca.