Con la imponente y popular «Turandot» de Puccini, un título que representa todo un reto por complejidad y reparto, el Festival Castell de Peralada llegó al clímax de su edición 2016 estrenando en solitario una nueva producción de la ópera póstuma del compositor italiano. Mario Gas dio en el clavo con un montaje sensible y atemporal, muy chino, muy oriental, pero sin excesos, con todos sus elementos muy equilibrados, salvo en la dirección de actores de la pareja protagonista que no siempre pareció convincente; por el contrario, los tres ministros, Timur, Liù y, lo más importante, la masa coral y de actores, aparecieron muy bien marcados.
Después de una lectura dramatúrgica sin sobresaltos, la sorpresa llegó acabada la muerte de Liù, donde Puccini dejó inacabada la obra: a partir de entonces y después de una breve alocución del propio Gas que explicaba que la ópera fue acabada por el compositor Franco Alfano, se produce un cambio a versión de concierto, con el dúo final de los protagonistas y el coro sin vestuarios de fantasía.
Un espectáculo redondo, en el que no molestó ni tan solo la amplia variedad –buscada– en los vestuarios de Antonio Belart (aunque no sobraban las túnicas de los ministros en el tercer acto), detalle que revisa varios milenios de evolución de la cultura oriental. Escenográficamente Paco Azorín planteó un elemento único multiuso, el espíritu de una pagoda, encuadrado en caja negra y rotatorio, ideal para presentar las diferentes escenas, todo de una sencillez y de una claridad de ideas impresionante, moderno y tradicional a la vez, muy bien iluminado por Quico Gutiérrez.
El Coro Intermezzo aportó calidad y ganas, lo mismo que el coro infantil Amics de la Unió. El director debutante, Giampaolo Bisanti, planteó una lectura teatral y siempre pendiente de las voces –tanto que incluso optó por el final del «Nessun dorma» de concierto, para facilitar los aplausos–, creando adecuados ambientes al mando de una concentrada Simfònica liceísta.
Los hermanos Vicenç y Manel Esteve bordaron sus papeles –especialmente este último, de proyección clara y sobrado en el rol de Ping–, junto a un Paco Vas tan seguro como siempre. Un lujo contar con Josep Fado como Emperador y muy adecuado el bajo Andrea Mastroni como Timur, de voz rotunda y hermosa. La Liù de Maria Katzarava conquistó por calidad, talento y personalidad, con pianísimos férreos y bien solucionados, junto a un Calaf, el de Roberto Aronica, con agudos brillantes y que se movió bien en el perfil heroico del personaje. Iréne Theorin, todo poderío, dio vida a una Turandot tan potente como humana, aplicando pianísimos allí donde lo creía pertinente y conquistando con personal su punto de vista.