Se dice que Papá Bach puede con todo. O lo que es lo mismo, que la música de uno de los compositores más importantes de la historia -para muchos, el que más- permite todo tipo de aproximaciones, lecturas y adaptaciones, tanta es su grandeza. Y ahora es La Fura dels Baus la que ha decidido pasar por su particular tamiz la obra del gran Johann Sebastian Bach (Eisenach, 1685 - Leipzig, 1750). Y más concretamente, una de sus singulares cantatas profanas, la BWV 212, también conocida como Cantata de los campesinos.
Ayer, la Fábrica Moritz de Barcelona acogió, en pase de mediodía y tarde, la presentación oficial del espectáculo Free Bach, un «concierto-performance con Bach como pilar del espectáculo», al decir de su ideólogo y director, el histórico furero Miki Espuma (Miquel Badosa, Barcelona, 1959), programado en el marco de esa iniciativa tan meritoria como innovadora que es el Bachcelona, Festival Bach de Barcelona.
Con dirección musical de Pavel Amilcar, Thor Jorgen y el mismo Miki Espuma, Free Bach -una fusión en la que confluyen la música barroca, la electrónica, el flamenco, la videocreación y ya de paso, una exaltación a la cerveza- contó con la interpretación musical del cuarteto historicista Divina Mysteria, los sintetizadores de Espuma y las voces de la mezzo Eulàlia Fontova, el barítono Joan Garcia-Gomà y la cantaora Mariola Membrives.
La elección de la Cantata de los campesinos como primera incursión barroca con sello furero no ha sido casual. Bach, músico tenido por solemne donde los haya, también supo tener momentos alegres y jocosos. Y buena prueba de ello es esta obra, escrita en 1742 en honor a Carl Heinrich von Dieskau, director de la Capilla Real y músico de cámara en la corte de Dresde y, para más señas, antepasado del barítono Dietrich Fischer-Dieskau. Con texto en lengua sajona, la obra tiene un marcado carácter cómico: su acción discurre en una taberna -de allí la elección del espacio en el que se presentaba- donde una pareja alaba y critica al recaudador de impuestos local, y su música incluye diversas citas a melodías populares de la época.
A partir de esta materia prima -y en la práctica, sin adulterarla- Miki Espuma ha diseñado un espectáculo en el que, siguiendo la tradición barroca de dar espacio a la improvisación, se han añadido elementos procedentes de esos otros lenguajes creativos que discurren como un lenguaje paralelo que sólo en ocasiones interactúa directamente con la música de Bach.
El espectáculo, de pequeño formato, no cuenta con más atrezzo escénico que unos maniquíes de morfología humanoide, y un telón de fondo donde se proyectan las imágenes de vídeo o se integra al desplazamiento escénico de los cantantes.
A lo largo del montaje, la música de Bach se va alternando con los pasajes protagonizados por la cantaora flamenca y la electrónica, que cada vez adquieren más protagonismo, mientras que el barítono trasciende también su propio espacio musical hasta el punto de rapear una letra de un tema del grupo mejicano Molotov. Miki Espuma, por su parte, también abandona por momentos su papel director tras las máquinas para unirse con un charango a la interpretación de una follia o para acompañar el cante con un artilugio semejante a una mezcladora de cemento.
Mezcla pues multidisciplinar que, para despedirse, no cita a Bach sino una letra escrita para la ocasión por el poeta mejicano Ivan Leroy, que en la voz de Membrives le recuerda al mundo que «sin cerveza en la vida, no hay pasión, todo es tristeza». Igual a Bach le hubiera encantado.