Hacía más de 30 años que no se representaba esta ópera de Bellini en el Gran Teatro del Liceo y había bastante interés por parte del público, especialmente al contarse con un doble reparto de gran interés. El primero de ellos estuvo encabezado por la pareja femenina formada por la mezzosoprano Joyce DiDonato como Romeo y la soprano Patrizia Ciofi como Giulietta. La mezzo estadounidense destacó por su timbre amplio y bien proyectado dando perfectamente el personaje del enamorado y batallador Romeo al que quizá le faltó en esta ocasión una mayor homogeneidad en el registro grave y cuya emisión temperamental no siempre estuvo al lado de la refinada partitura. La soprano italiana, por su parte, ofreció una gran intervención psicológica y actoral de la atormentada Giulietta, a la que el director de escena mantuvo en diferentes equilibrios cada vez que debía cantar una de sus arias, que bordó con una gran empatía y musicalidad. Ciofi ofreció una lectura muy musical e introspectiva de este difícil rol; le faltó un mayor brillo en el registro agudo, pero obtuvo un destacado éxito siendo la más aplaudida de la velada. Con un instrumento no demasiado bello pero de excelente técnica en todo el registro demostró su calidad el tenor Antonio Siragusa como Tebaldo y muy bien caracterizados tanto el Capellio del eficaz bajo italiano Marco Spotti como el Lorenzo del destacado bajo-barítono menorquín Simón Orfila. La minimalista coproducción de la Staatsoper de Múnich y la Ópera de San Franncisco dejaba casi todo a la imaginación, ya que solamente jugaba con unos espacios cerrados y una gran escalera enmarcada que posibilitaban que la acción avanzase sin problemas pero sin demasiado sustento escénico, ya que en teoría debía defenderse con un vestuario de grandes vuelos a cargo del modisto francés Christian Lacroix, que a la hora de la verdad fue un tanto anecdótico en el caso de los personajes masculinos y bastante kitsch en el colorido vestuario femenino. La dirección de escena se centró completamente en el sufrimiento de ambos amantes, destacando en todo momento la fragilidad, el tormento y el desequilibrio que los acechan, sin casi un momento de felicidad y casi sin mirarse el uno al otro y con un final en el que la pareja se mantiene unida y sin encontrar la muerte definitiva que los una para siempre. Una producción que contó, además, con una eficaz dirección musical a cargo de Riccardo Frizza.