La gran cita operística del Festival de Peralada se ha concretado en una nueva producción propia del impresionante «Otelo» verdiano coproducida en esta ocasión con el Festival de Ópera de Macerata bajo la dirección escénica de Paco Azorín. Todo un acierto por la calidad de la misma, a pesar de la sobriedad de su planteamiento, con diversos muros de la fortaleza chipriota que se mueven a discreción por los esbirros del malvado Yago, que es el verdadero motor de esta obra maestra shakesperiana. Un decorado minimalista casi siempre en primer plano para facilitar la proyección de las voces y el coro en un título en el que el impacto musical está muy presente desde el inicio de la obra. Se contó además con unas cuidadas e inteligentes proyecciones sobre los mismos que sitúan y enriquecen la trama como en la escena de la entrega de presentes a Desdemona, que es reflejada en sombras, o el sauce que ambienta la canción de la protagonista en el último acto, que va quedando deshojado y convertido en inquietante bosque a medida que avanza la escena hacia el terrible desenlace, así como por la presencia del mar al final de cada acto.
Una buena iluminación y una muy interesante dirección de actores con un imaginativo y cuidado vestuario fueron unos excelentes mimbres para un reparto casi ideal. Actualmente el tenor Gregory Kunde es uno de los mejores Otelo de Verdi e increíblemente de Rossini. Su voz poderosa, de amplia proyección y muy cuidada presencia escénica y actoral hicieron de él un memorable Otello. El Yago del barítono malagueño Carlos Álvarez rondó también la perfección por la calidad y naturalidad del instrumento, la perfecta dicción y un alarde de interpretación del malvado personaje, aquí enriquecido con un sexteto de viles esbirros que lo acompañan durante toda la obra y que estuvieron muy bien interpretados por un grupo de actores.
La soprano wagneriana Eva Maria Westbroek lució un caudal amplio, potente, acorde a los otros dos protagonistas, pero a la que le faltó un mayor refinamiento, expresividad y belleza en los pasajes más líricos de la bondadosa Desdémona. Interesante el Roderigo de Viçens Esteve y la Emilia de Mireia Pintó y más que correctos el Casio de Paco Vas y el Ludovico de Miguel Ángel Zapater. A esta velada de gran éxito hay que sumarle la rica y sugestiva dirección musical de Riccardo Frizza frente a la Orquesta Sinfónica del Gran Teatro del Liceo y su Coro, que tuvo sus momentos de gran lucimiento en la excelente partitura verdiana ante un auditorio lleno hasta la bandera.