22/12/2014 |
Programa: «Maria Stuarda» e Donizetti. Voces: J. DiDonato, S. Tro, J. Camarena, M. Pertusi, V. Priante, A. Tobella. Orquesta Sinfónica y Coro del Gran Teatro del Liceo. Dirección de escena: P. Caurier y M. Lei
Lloc i dia:Gran Teatre del Liceu
Estamos ante una de esas obras que no pueden programarse si no se cuenta con dos protagonistas de excepción. El papel principal, que en su día cantó Maria Malibrán, sirvió para grandes éxitos de Genzer, Sutherland, Sills, Caballé, Gruberova o Devia, todas ellas sopranos. Joyce DiDonato ha hecho carrera como mezzo, cuando en realidad es una soprano corta. Tras Houston, Nueva York y Londres incorpora el personaje en Barcelona dentro de la coproducción entre teatros de la categoría del Covent Garden, Campos Elíseos o el Liceo. Obviamente, buena parte de la partitura se ha trasportado para adaptarla a su voz, lo que la hace perder brillantez, pero DiDonato deslumbra como artista. Voz de timbre gratísimo, técnica formidable que exhibe en repeticiones con variaciones difíciles e irrepochables, instinto dramático y gran poder de comunicación. Cierto es que cala en alguna nota o que Caballé permanezca imbatible en el recuerdo de aquellos sublimes ocho compases en pianísimo sobre el sol natural en un fiato eterno que coronaba con un si bemol agudo. Ahí están las grabaciones en vivo con Verret o Berini para atestiguar la proeza. Jamás se escuchó en esta ópera algo igual. DiDonato resuelve muy bien el enfrentamiento con Isabel, así como la media hora final, cargada de bel canto. Habrá quien afirme y con razón que no siempre está en estilo, como tampoco lo estuvo en su «Alcina» madrileña de octubre, pero mantiene al oyente en vilo y extasiado.
No es fácil competir con una artista de esa talla. Silvia Tro Santafé sale airosa a pesar de que sus características vocales no sean las ideales para compaginar en esta obra con las de DiDonato, por lo que se ve obligada a forzar. Michele Pertusi es un Talbot irreprochable y Javier Camarena un lujo en un papel de dificuldad, sin posibilidades de lucimiento. Maurizio Benini saca lo mejor de orquesta y coro, fluyendo las melodías belcantistas con todo su vuelo y sin perder vitalidad alguna.
Lamentablemente la puesta en escena es otro cantar. Un sinsentido, lleno de estupideces –ya es hora de decir las cosas por su nombre– en detalles como el abuso de la presencia inexplicable del hacha, la obsesión de Isabel por desnudar a Leicester o el recurso del verdugo a emborracharse antes de cortar el cuello a Maria. Y, lo que es peor, la ubicación de toda la obra salvo el primer cuadro, en una especie de gran sala de la prisión de Forteringa, dando igual que el libreto hable de un bosque. ¡Y qué decir del cuarto de enfermería donde tiene lugar la decapitación! ¿Alguien entiende por qué todos los personajes van con ropas actuales y las dos reinas, de época? José María Irurzun, a quien deseamos una rápida recuperación, escribía tras las representaciones londinenses que tal vez fuera una forma de opinar que la monarquía es algo trasnochado. Tal vez. Va siendo hora que los teatros aprendan a rechazar proyectos como éste en sus maquetas antes de tirar el dinero. Mejor en concierto que así. Naturalmente los responsables no salieron a saludar. Se habría estropeado el gran clima final de entusiasmo.