4/8/2013 |
Programa: Eva-Maria Westbroek, Valery Gergiev i Orquesta del Teatro Mariinsky de San Petersburgo
Lloc i dia:Peralada
Si a Verdi y su airado y escasamente resignado Requiem tuvo el honor de inaugurar el Festival de Peralada, Valery Gergiev, la figura más mediática que circulará este verano por Peralada en el ámbito clásico, escogió Wagner como autor único del concierto que dirigió al frente de la Orquesta del Teatro Mariinsky de San Petersburgo.
Wagner que ya tolera mal las versiones de concierto, aún tolera peor el despiece y el troceado de los pica-pica operísticos impuestos por la mercadotecnia, la crisis y el pánico del público moderno ante un espectáculo que le pueda obligar a apagar el móvil durante más de dos horas.
Los wagnerianos practicantes, si transigen ideológicamente con el corrupto formato, toleran bien los conciertos Wagner porque insertan mentalmente las piezas que se les proporcionan en los monumentales rompecabezas dramáticos del alemán que conocen al dedillo; para el resto de los mortales los conciertos Wagner pueden resultar más incómodos y confusos que cualquier otro concierto de retales operísticos y la cosa empeora si, como en este caso, no hay ni traducción simultánea ni un mal resumen argumental en el programa de mano.
En la primera parte, por ejemplo, ocupada enteramente por el primer acto de La valquiria, si no se sabía que el tenor y la soprano, obviamente abrasados de pasión según indicaba la música, eran hermanos, el asunto perdía morbo. Que el bajo, perpetuamente enfadado, era, con toda seguridad, el marido cornudo de ella lo intuyó hasta el más lerdo. En la segunda parte, con la prodigiosa unción del preludio del acto primero de Lohengrin dando paso a la airada imprecación de Isolda y, a continuación, la solemne obertura de Los maestros cantores de Núremberg conduciendo a la intimidad sublime de la Muerte de amor de Isolda, el encontronazo de emociones y sensaciones fue mayúsculo.
El balance musical del concierto fue bueno pero quedó algo por debajo de las altas expectativas que hoy en día genera un nombre como Valery Gergiev y su Orquesta del Teatro Mariinsky. La orquesta sonaba bien, con cuerpo y carácter, pero el sonido no era inmaculado y el zar Valery dirigía con eficacia de profesional ducho en el tema, pero fatigado, sin la energía hipnótica de otras ocasiones. Los cantantes, la soprano Mlada Judoléi (Sieglinde), el tenor Avgust Amonov (Sigmund) y el bajo Mikhail Petrenko (Hunding), eran todos solistas de la compañía del Teatro Mariinsky. Petrenko estuvo sólido y aplomado, Judoléi y Amonov, empezaron descolocados, especialmente el tenor, de dicción alemana confusa, poco suelto y demasiado pendiente de la partitura, pero acabaron bien, intensos. En conjunto resultaron correctos, pero la corrección no es suficiente en este caso.
En la segunda parte sí se alcanzó el nivel esperado. La holandesa Eva-Maria Westbroek, que brilla ya en los escenarios operísticos en los papeles wagnerianos de mayor exigencia, fue una Isolda majestuosa, apasionada, imponente, poderosa, generosa de medios, adecuada de estilo. Ella fue la triunfadora.
El Festival de Peralada, que completó, su particular aportación al bicentenario Wagner con el estreno en España el sábado (repetición hoy domingo) de Das Liebesverbot (La prohibición de amar), una ópera de juventud que Wagner no incluyó en su canon, orientará sus próximas sesiones clásicas a repertorio más llevadero con la actuación del tenor Piotr Beczala (día 5), una representación de Norma (día 6) con Sondra Radvanovsky en el papel principal, el estreno absoluto de la ópera Wow! de Alberto García Demestres (día 14) o una gala de grandes estrellas del ballet con Ángel Corella como invitado (día 16).
Alejandro Sanz (día 7), que a 200 euros una platea pone techo económico al festival, Gloria Gaynor (día 8) y Paco de Lucía (día 9) destacan en la oferta no clásica de los próximos días.