La Filarmónica de Berlín con Sir Simon Rattle al frente ha protagonizado una extraordinaria velada en un abarrotado Palau de la Música, justo el día en que la ciudad también se vestía de gala para inaugurar su festival Grec. Mientras el mundo del teatro optaba por la celebración en Montjuïc, la sociedad vinculada a la clásica, la lírica e incluso a la danza -ahí estaba el director del Mercat de les Flors, Francesc Casadesús- no ha faltado esta noche a la privilegiada cita con una de las más relevantes formaciones orquestales del mundo. La crisis quiso que el Teatro Real tuviera que cancelar un proyecto de 'La flauta mágica' con los de Berlín y sustituirlo por una Novena Sinfonía de Beethoven, circunstancia que el Auditorio Nacional de Madrid y el Palau de la Música Catalana aprovecharon para contratar a la orquesta a su paso por la Península.
La experiencia -aún sin Novena de Beethoven, pues el Palau ha optado por otro repertorio- ha sido una inyección de moral y una bomba de oxígeno para el público amante de la clásica. En la primera parte, el Orfeó y el Cor de Cambra del Palau han cantado un delicado Réquiem de Fauré para el que Rattle, entregado y buscando la filigrana, les había preparado en el ensayo general de la tarde. Según el director de los cuerpos cantores, Josep Vila, el titular de la Filarmónica de Berlín había echado mano de paisajes e imágenes poéticas para conseguir el sonido deseado. "Cuando llegue el 'Tremens, tremens' imaginaos el paisaje más desolado que nunca hayáis visto, algo que os haya despertado la solidaridad con el sufrimiento ajeno", les decía Rattle a los cantaires. Incluso técnicamente les procuraba soluciones.
"La escuela inglesa es brutal: hasta el más grande de los directores de orquesta sabe qué hay que hacer delante de un coro", ha comentado Vila en el entreacto.
Ya en la segunda parte, la Sinfonía núm 2 de Schumann ha dejado algo más dividida a la audiencia. Mientras que para algunos habría sido preferible escuchar a la Filarmónica de Berlín en un Beethoven, que es lo suyo, y dejar a Schumann para los músicos de Leipzig, por ejemplo, otras voces consideraban que la versión de Rattle aportaba mayor sentido a esta pieza del Romanticismo. La ovación final, con todo, ha sido de un entusiasmo antológico. El público se hubiera extendido mucho más en sus agradecimientos, pero el maestro ha concedido cinco minutos de cerrado aplauso antes de retirarse definitivamente, sin bises ni ofrendas extras que pudieran distorsionar el aroma de su magia.
¿Hasta la pròxima?