Más allá de la bronca, lo que me interesa traer aquí de esta representación son otras cuestiones. Y tampoco se refieren a la grandeza vocal –y física– de Ambrogio Maestri (Dulcamara), o la total entrega de Rolando Villazón en su chaplinesco Nemorino debidamente glosadas por la crítica.
En primer lugar, la puesta en escena. El recorrido de este Elisir empezó en el Grec de 1985, cuando Mario Gas imaginó la acción de la ópera de Donizzeti en la Italia fascista y Marcelo Grande le dibujó un barrio romano de aquella época como el de Garbatella o el creado por Ettore Scola en su película Una giornata particolare.
Desde entonces ha tenido varias adaptaciones. La primera, para el Festival de Peralada en 1995. Después llegó el Teatre Victòria (1998), cuando el Liceu estaba en fase de reconstrucción. En el 2005 aterrizó en el teatro de La Rambla ya reconstruido. Y ahora, casi 30 años después de aquella idea inicial para el festival de verano de Barcelona, vuelve al Liceu.
¿Le ha afectado el paso del tiempo? Para nada. Este Elisir sigue tan fresco como el primer día. Las únicas grietas y desconchados son los del decorado que explican la cutrez del fascismo. El cambio de época de la acción realmente aporta bien poco a la obra, pero lo importante es que consigue crear una atmósfera y unas imágenes de la ópera buffa de Donizetti que explican perfectamente lo que está escrito en la partitura y además la aproxima al espectador.
De ello se desprende la habilidad e inteligencia teatral de Gas, por otra parte bien reconocidas. Creo que fue Xavier Cester quien hace pocos días en su crítica de la ópera preguntaba por qué no se le encargan más producciones operísticas a Gas. Pues eso, ¿por qué?
Otro aspecto que merece un apunte es la presencia en el reparto de los dos intérpretes de casa. Cristina Obregón, formada en el Conservatori del Liceu, empezó a pisar los escenarios con Amics de l’òpera de Sabadell. Gianetta, el papel que ahora canta en el Liceu, es uno de los primeros de su repertorio y ya lo interpretaba con la ópera vallesana en 1999.
Pero entre una Gianetta y otra, Obregón ha desarrollado una importante carrera. Ha asumido papeles wagnerianos. También ha hecho incursiones en Strauss, Shostakovich o Janaceck, pero siempre ha vuelto a los italianos, a Donizetti o Rossini. Como protagonista de Il viaggio a Reims de este último debutó en la Scala de Milán.
El barítono Joan Martín-Royo, que interpreta ahora a Belcore, es otro cantante formado en el Conservatori del Liceu. En el 2003 fue uno de los intérpretes de L’occasione fa il ladro, la ópera de Rossini que inauguró una aventura compartida entre el Teatre Lliure y el Liceu. Se trataba de dar a jóvenes artistas la posibilidad de trabajar con músicos profesionales en un ambiente profesional. Tocaba la Orquestra de Cambra Teatre Lliure que dirigía Josep Pons.
En la presentación de este Taller d’òpera que es como se llamaba la iniciativa, el director del Liceu, Joan Matabosch, no descartaba que alguno de los participantes “acabe cantando en la sala grande del Liceu”. Pues no solo eso. Además de otras interpretacions, Martín-Royo debutó el papel del pintor de Fiqueres en el estreno mundial de Jo Dalí, la ópera de Xavier Benguerel, primero en el Real de Madrid y luego en Barcelona.
Conclusión: talento no falta, está ahí. Pero para crecer, el talento de los jóvenes músicos necesita un elixir como el Taller d’òpera (desaparecido), la Orquestra de Cambra Teatre Lliure (desaparecida) o la programación en el Foyer del Liceu (desaparecida). Menos mal que el Conservatori del Liceu y Amics de l’òpera de Sabadell aguantan.