Con un enorme éxito de público –léase entradas agotadas- regresó al escenario del Liceu esta fallida coproducción de "Madama Butterfly" con el Covent Garden de Londres que firman Moshe Leiser y Patrice Caurier: nuevamente el trabajo escénico se transformó en una losa para los cantantes al tener que moverse en un escenario en el que sus voces se pierden. ¿Cómo es posible que se siga utilizando?
Los muchos internos que tiene la partitura de Puccini se desvanecían en el inmenso escenario llegando al público tenues vibraciones fagocitadas una y otra vez por un foso orquestal que, para más inri, ahora posee un fondo que le permite una adecuada proyección (si las condiciones escénicas fueran las normales). La coqueta e inútil –por el motivo antes expuesto- escenografía de Christophe Forey es una desgracia. Quizás la más perjudicada la noche del estreno fue una obediente con la ‘regia’ Jossie Pérez, ya que su voz casi no se escuchó y sus armónicos se perdieron en alguna parte, lo mismo que el coro, magnífico pero aquí camerístico... La pareja protagonista intentaba acercarse a la boca del escenario, pero aun así fueron penalizados por este verdadero atentado antioperístico.
En todo caso se pudo disfrutar, y mucho, de un debut promisorio: el del joven director español José Miguel Pérez-Sierra, quien desde el podio ofreció una lectura vibrante, plena de ardor teatral, que concertó con pericia e inteligencia respondiendo con soltura a las exigencias de tenor y soprano. Hui He realizó un magnífico trabajo como Cio-Cio-San, pleno de sentido, fuerza dramática y potencia vocal, aunque debió repensarse sus pianísimos por culpa del montaje. Roberto Alagna estuvo fantástico, aportando un fraseo heroico y midiendo sus agudos para darlo todo cuando era necesario. Muy convincente el Sharpless de Giovanni Meoni, sonoro y de hermosa voz, lo mismo que el Goro de Lujo de Vicente Ombuena.