23/7/2012 |
Lloc i dia:Peralada
Aunque desde que los hermanos Marx la elevaron en su película Una noche en la ópera (1935) a paradigma de todos los tópicos del género y cueste escuchar el coro de gitanos sin buscar con la mirada a Harpo huyendo de la policía disfrazado entre los cantantes, y aunque argumentalmente la obra no vaya más allá del tradicional el tenor se quiere tirar a la soprano, pero el barítono no quiere, lo cierto es que Il trovatore es una ópera redonda, uno de los grandes títulos verdianos y una gozada si se cuenta con grandes cantantes para hacer justicia a las altísimas exigencias vocales de los papeles principales.
La joven soprano norteamericana Angela Meade se reveló como una Leonora de enorme calidad, una verdadera soprano verdiana de voz lírica, pero con cuerpo, capaz de apianar arriba, con potente proyección en el centro, flexibilidad y ligereza en los pasajes de agilidad, y agudo impecablemente atacado, redondo y bien timbrado. Ella fue la gran triunfadora de la noche. La mezzosoprano, también norteamericana, Marianne Cornetti compuso con voz poderosa y timbrada, y con alguna truculencia, una Azucena importante y plenamente satisfactoria.
Al tenor ucraniano Misha Didyk le cayó el encargo de ocuparse de Manrico, el trovatore, el protagonista de la obra. La voz, globalmente, era la del personaje, pero el hombre se apretaba arriba de mala manera y sufría y hacia sufrir; el fraseo era extraño, poco natural, fuera de estilo, y la dicción italiana, deficiente. Como es tradición, intentó acabar el célebre Di quella pira arriba, pero el sobreagudo, desgañitado, pasó por fuera, rozando el larguero.
La dirección de todo esto recayó en Roberto Rizzi Brignoli. El encargo no era fácil: montar en poco tiempo un Trovatore al aire libre, que funcione a partir de una orquesta no operística (la OBC) y que no tiene la obra en repertorio, con un coro de cámara ampliado (Cor de Cambra del Palau de la Música Catalana) que tampoco tiene la obra en repertorio y a partir de un equipo vocal diverso y disperso configurado ad hoc, requiere más un condottiero, un organizador eficaz, práctico, que tome decisiones y las transmita con claridad, que un director convencional preocupado por filologías, sutilezas y purezas de estilo.
Rizzi Brignoli fue ese condottiero eficaz. Puso la orquesta a todo gas, quizá demasiado, y esta, disciplinada, respondió; con gesto claro indicó al coro lo que quería y el coro se lo dio. Su Trovatore no pasará a la historia, casi ningún condottiero pasó tampoco a la historia; sin embargo, eran ellos los que les sacaban las castañas del fuego a los señores y en ellos confiaba la tropa que sabía que su comandante no les dejaría tirados en el momento crucial. Gran mérito el de Rizzi Brignoli.