Don Pasquale al Real de Madrid
La comicidad congelada
16/3/2004 |
El teatro Real ha bajado la guardia con la versión de Don Pasquale estrenada ayer. La comedia tiene sus propias leyes, que no se pueden eludir. Ello es independiente del fondo feliz o dramático que se esconde tras su superficie. Hay un ritmo interno elaborado desde la sucesión de las situaciones, desde la gracia otorgada al canto, desde la ligereza de los valores orquestales o desde la frescura de la interpretación teatral. El ritmo nace y se desarrolla en la fusión de todos estos elementos. Se mostró a cuentagotas en Don Pasquale. No es únicamente cuestión de un aspecto concreto, sino de la interrelación de varios de ellos.
El esperado debú de José van Dam en el personaje que da título a la obra se saldó con una desilusión, fundamentalmente porque no acaba de articular en torno a él la evolución de la trama. Importa menos su momento vocal que la falta de carisma para perfilar su personaje y, de rebote, llevar el peso de la ópera. No se puede decir que Carlos Bergasa o Milagros Poblador o Marc Laho estén desacertados vocalmente. Al contrario. Hay momentos en que están muy bien. Pero lo que late en líneas generales es un espíritu de sosería, acentuado por una orquesta insustancial dentro de su corrección.
La puesta en escena ayuda poco a levantar el clima de la representación. Teatralmente es pobre, antigua, pesada, con ese tipo de convencionalismos que aportan más bien poco a la obra, y cuando quiere ser original se deja llevar por un aire de revista pop de colorines chillones más pretencioso que otra cosa.
Raras veces el espectáculo invita a la sonrisa, ni desde los aspectos musicales, ni desde los plásticos o teatrales. No acaba de arrancar, no funciona. Ello no quita el reconocimiento a media docena de momentos brillantes de Poblador, el bello timbre de Marc Laho, la regularidad de Bergasa o la presencia simbólica de un mito del canto como Van Dam.
J. Á. Vela del Campo
El País