22/2/2011 |
Programa: Parsifal, de Richard Wagner
Lloc i dia:Gran Teatre del Liceu
Klaus Florian Vogt, tenor. Anja Kampe, soprano. Hans-Peter König, bajo. Alan Held, bajo. John Wegner, barítono. Ante Jerkunica, bajo. Orquesta y Coro del Gran Teatre del Liceu. Michael Boder, dirección musical. Claus Guth, dirección escénica. Nueva coproducción del Gran Teatre del Liceu y Opernhaus Zürich.
Por su carácter de testamento de un autor que siempre quiso decirle al mundo lo que tenía que hacer; por su duración insensata, que desafía cualquier prudencia; por su libreto, tan ambiguo que ha podido ser reivindicado tanto por cristianos de carné como por espiritualistas de pelaje diverso; por sus complejos personajes, que da lugar a unos desdoblamientos de personalidad que fascinan a todos los psicoanalistas desde aquí hasta Buenos Aires; por la lentitud ceremonial con que ocurre todo, Parsifal es un caso único que ha dado lugar incluso a una subespecie de operófilos, los parsifalistas, que, siempre serios y prontos al arrebato místico, vienen a ser algo así como los talibanes del wagnerismo.
Si Barcelona, la primera ciudad donde se representó legalmente Parsifal fuera de Bayreuth, siempre ha mantenido una relación especial con este título, la primera representación de esta nueva coproducción del Liceu con la Opernhaus de Zürich tenía un significado especial, pues con ella se alcanzaba el centenar de representaciones. El nivel alcanzado en este centésimo Parsifal del Liceu fue altísimo y va a ser difícil arrebatarle el título de mejor espectáculo operístico de la temporada. Para empezar, la orquesta, en manos de su titular, Michael Boder, sonó muy bien, con aquel peculiar sonido aterciopelado, contenido, en ocasiones casi camerístico, que hace de Parsifal una obra totalmente diferente en el corpus wagneriano.
Voces de altura
En el capítulo vocal se alcanzaron prestaciones importantísimas. El personaje de Parsifal ha sido interpretado por voces más heroicas, más hechas, pero la joven y fresca de Klaus Florian Vogt, resultó ideal para encarnar al "necio puro, sapiente por compasión". Anja Kampe dio fuerza a la ambigua Kundry, se entregó a fondo y aunque acusó un poco de tirantez en los agudos finales de su larguísima y agotadora intervención del segundo acto, su actuación global fue memorable. Hans-Peter König estuvo impecable, sólido y contundente como Gurnemanz. Alan Held y John Wegner se apañaron con absoluta suficiencia en los papeles de Amfortas y Klingsor, convertidos en hermanos antagonistas en esta producción y Ante Jerkunica resultó verdaderamente cavernoso, que es lo que requiere el papel de Titurel. El coro femenino tuvo algún problema ocasional y el masculino estuvo espléndido.
La nueva producción no sigue la tendencia habitual en Parsifal de situarlo fuera del espacio y del tiempo, por el contrario la contextualización es precisa, en el periodo de entreguerras y en un sanatorio para soldados heridos. La escenografía, rotatoria, de lujo del de antes de la crisis, proporciona vitalidad a un título que suele fatigar por su gran estatismo dramático.
Del final de la obra propuesto por Claus Guth, que aquí no se desvelará, se dirá solo que es sorprendente y absolutamente coherente con su propuesta dramática. Al final, algunos parsifalistas irritados abuchearon la producción en medio de las aclamaciones entusiastas del público. Eran minoría, como les gusta ser a los parsifalistas, siempre dispuestos a salvar al mundo, aunque no quiera.