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CRÍTICA

Andreas Scholl al Teatro de la Zarzuela

De otra galaxia

24/12/2003 |

 

Si el Real Madrid, además de tener un equipo de fútbol, administrase con la misma filosofía uno de cantantes, para una hipotética competición, ficharía probablemente al contratenor alemán Andreas Scholl. De entrada, es un galáctico desde las propias características de una voz en los confines de lo irreal. Lo alinearía seguramente en el centro del campo, como a Beckham, para hechizar a los contrincantes. Para meter goles a lo Ronaldo es más propio un Juan Diego Flórez o una Natalie Dessay, pongamos por caso. Lo cierto es que Scholl, bromas aparte, ha sido el primer contratenor que se ha colado en estos sustanciosos ciclos de lied romántico puro y duro, y lo ha hecho con unas agradables canciones alemanas del XVII, un par de maravillas de Purcell y una selección de canciones populares tradicionales. ¿Y qué ha pasado? Pues sencillamente, que nos ha dejado cautivados.

Las voces de contratenor están en un buen momento. En parte por el auge de la interpretación de la música antigua con criterios más o menos fidedignos a la época de composición, y en parte por la creciente atracción que despierta el valor de lo diferente. Hay periodos en que lo más apreciado ha sido el tipo de voz cercana a lo cotidiano, las mezzosopranos o barítonos, por ejemplo. Actualmente los gustos están menos definidos. Lo que importa, en cualquier caso, es que Scholl es uno de los contratenores de referencia de las últimas generaciones. Evita con maestría la sensación de artificialidad, tiene una técnica asombrosa y, por encima de todo, posee una musicalidad que convierte en oro casi todo lo que toca.

Tuvo, en cualquier caso, el recital un lado accidentado. El laudista previsto para el acompañamiento, Karl-Ernert Schöder, falleció recientemente. La sustitución por el clavecinista Markus Märkl llevó a una modificación del programa, con unas líneas de fuerza que se desplazaron de Dowland a Purcell. Pero, ay, qué Purcell tan exquisito el de Music for a while o Sweeter than roses. Por razones de sequedad de la sala o de su propia garganta, el contratenor tardó en centrarse y tuvo amagos de tos. Tal vez por esas condiciones, el repertorio barroco alemán no alcanzó la belleza del inglés. Lo más emotivo de la noche estuvo en las folksongs, desde la inicial Waly, waly hasta la escocesa ofrecida como primera propina. El público interrumpió con sus ovaciones un par de veces la unidad del bloque. Estuvo justificado ante el estremecimiento narrativo de King Henry o la intensidad de El caminante forastero. La faceta interpretativa se impuso con convicción y el recital entró de lleno por la senda de la seducción. El clavecinista convenció sobradamente. La incursión en Haendel y su popular Ombra mai fu supuso el broche de oro de una velada entrañable.
Juan Ángel Vela del Campo
El País

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