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Krystian Zimerman: “La arrogancia no tiene cabida en el piano”

9/12/2017 |

 

A Krystian Zimerman (Zabzre, Polonia, 1956) le estorban las entrevistas. Y las grabaciones en general. Saca discos al mercado porque va entre las obligaciones de los músicos en estos tiempos. Preferiría no hacerlo, pero algunas de sus interpretaciones registradas ya están entre las mejores del instrumento que domina. Aquellos Preludios de Debussy, sus incursiones en Chopin, Beethoven, Ravel, Lutoslawski, Rachmaninov… Las dos últimas sonatas de Schubert recién aparecidas en Deutsche Grammophon… Tambien es cierto que le entusiasman otras cosas: reconocer a los maestros y hacer música con jóvenes. Su concierto este sábado en el Palacio de Pastrana en Madrid auna ambas cosas. Sirve de homenaje a quien fue una especie de mentor durante 14 años, Leonard Bernstein, y lo hace con la Orquesta Clásica Santa Cecilia, que dirige su paisano polaco Grzegorz Nowak, con buena parte de talento joven. Interpretan la Segunda Sinfonía del músico eminentemente neoyorquino, The Age of Anxiety, un prólogo a lo que será la celebración de su próximo año de centenario.


Pregunta. Bernstein fue un músico profético en la búsqueda de nuevos públicos. Aparentemente tiene poco que ver con su perfil, más introspectivo. ¿Le atrae precisamente por ser su polo opuesto?

Respuesta. No creo que nadie tenga un perfil inmutable. He estado buscando toda mi vida, alternando cosas en mis acercamientos y definiendo objetivos desde el principio cada vez que acometo algo. Aunque nuestros caracteres y forma de vida fueron muy diferentes creo que en muchos aspectos musicales somos compatibles. Especialmente en la búsqueda de nuevos públicos.


P.¿En qué sentido?

R. Hasta hace pocos años me daba miedo abordar repertorios desconocidos en lugares como Madrid. Más con una orquesta de jóvenes. Con la experiencia y después de haber tocado 50 veces en el Carnegie Hall, por ejemplo, uno no necesita que le amparen ciertos nombres ni marcas. Simplemente cuentas con valentía suficiente para aportar calidad y te divierte probarte a ti mismo que son posibles otras cosas. He tenido la suerte en esta ciudad de encontrarme con un amigo músico como Grzegorz Nowak, que cree lo mismo. Hemos formado un grupo muy motivados y nos hemos divertido en unos ensayos en los que hemos intentado rascar algunas cosas nuevas. Tengo mucha suerte al haber logrado acumular en Madrid este público tan increíble. El mejor que un artista pueda desear. Quizás haya menos prendas caras en el guardarropa pero es exactamente el tipo de público que busco en mis conciertos. No me cambiaría por ningún músico en el planeta.

UN TESORO DISCOGRÁFICO
Krystian Zimerman es un maniático de las grabaciones. No le gusta sacar discos al mercado. Deben ser registros sin mácula. Graba sus conciertos para corregirse a fondo, pero le estorba la relación con las discofráficas. En esa obsesiva búsqueda de la perfección ha dejado algunos discos memorables. Para empezar sus Preludios de Debussy, sus Impromptus de Schubert, los Valses y Baladas de Chopin, así como sus versiones de los conciertos de Bramhs, Ravel, Beethoven, Rachmaninov, Liszt o Lutoslawski son auténticas joyas. Su más reciente grabación son las últimas sonatas -la 959 y 960- de Schubert, esas obras maestras próximas al fin que compuso semanas antes de morir en Viena con tan sólo 31 años.

P. Aun así, le hemos disfrutado por España últimamente con orquestas, pero no solo al piano, en recitales. ¿Cuándo volverá así?

R. El mundo se ha transformado en algo tan grande que, para ser honesto, quizás algunos artistas se quejen, pero en mi caso, podría rellenar con tres opciones una fecha todo un año. Lo malo de esto es que cuando llego a Asia y la temporada va acabando, debo comenzar de nuevo. Sugerí hace tiempo un proyecto con músicos asiáticos –japoneses, chinos, coreanos, taiwaneses- y todo el mundo se metió, menos alguien en España. Los managers de aquí no tuvieron idea de cómo abordarlo y cuando despertaron las fechas habían desaparecido.

P. ¿Retroalimenta su faceta de director la de pianista?

R. Yo no dirijo en absoluto. No lo llamo así. Lo considero algo más parecido a hacer música de cámara a gran escala, quiero decir, con mucha gente. Y en esto, la experiencia que acumulé trabajando con Bernstein durante 14 años me resultó muy importante.

P. ¿Cómo se las arreglan las escuelas de piano con sus propias identidades en un mundo global, donde las fronteras culturales se difuminan constantemente?

R. ¿Deben las escuelas pianísticas mantener su identidad? ¿No es eso una argucia artificial? Ser humilde como intérprete me resulta más interesante. Me decanto en gran parte por preservar el estilo de cada época, pero no en interpretar según las escuelas. Para mi desgracia, no han dejado de existir todas de una vez. Me enorgullece proclamar que no existe la escuela polaca pero que sí hay una forma polaca de interpretar las Mazurkas de Chopin. Supongo que eso se da en cada territorio cultural y que conservarlo es nuestro deber.

P. Con una increíble avalancha de talento joven en estos tiempos por todas partes parecería cruel elegir quienes sirven para esto o no. ¿Cuáles son hoy los rasgos que definen a un gran pianista cuando empieza?

R. La razón y la motivación que le llevan a interpretar. La manera en que sirve a la música, al público y a los compositores. La arrogancia no tiene cabida en esta profesión.

P. ¿Tiene que ver también con la búsqueda de la pureza y de una comunicación más directa, más allá de efectismos o interpretaciones artificiales?

R. Resulta complicado dilucidar porque cada compositor exige retos diferentes. Algunos fueron fieras en los salones, otros, pura introversión y timidez. Las virtudes y el andamiaje de un artista deben saber contemplar y entender esas diferencias.

P. Acaba de grabar las últimas sonatas de Schubert. Son algunas de las piezas fundamentales en la Historia de la música y del piano. Abordan la frontera entre la vida y la muerte. ¿Cómo las describiría? ¿Qué nos sigue aportando?

R. Sin duda, sin estas sonatas, Schubert no gozaría del nivel tan alto de consideración que tiene hoy. Pero existen varios malos entendidos sobre estas piezas.

P. ¿Cuáles?

R.De algunos también he sido víctima yo mismo. Al principio, caemos en esa tristeza trascendental que encierran los movimientos más lentos pero las obras contienen distintos estados de ánimo. Incluso sentido del humor, alegría. No podemos tratarlas de una forma concreta por el hecho de que muriera semanas después de componerlas. Tenía 31 años pero era increíblemente maduro. Un adicto al trabajo e incansable buscador desde muy joven. Mi complicidad con él creció nada más leer sus posiciones sobre el ejército. La manera en que lo criticó abiertamente le acarreó muchos problemas con las autoridades en época de Metternich. La Historia demostró cuánta razón tenía. No está bien considerarle como un enfermo moribundo que de vez en cuando es reivindicado por varios pianistas. Estaba en forma. Se desplazó caminando 70 kilómetros para llevar flores a la tumba de Haydn, en Eisenstadt. Un enfermo crónico no se hubiera atrevido a tanto. ¿Sufrió? Quien sabe… Quizás fueran sus intuiciones sobre muchas cosas las que le provocaron tanta tristeza. 

JESÚS RUIZ MANTILLA
El País

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