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Tristán e Isolda en el centro del universo

24/11/2017 |

 

El montaje de Àlex Ollé (Fura), que llega el martes, 28, al Liceo, emplea una esfera de 5.200 kilos, símbolo del ideal wagneriano de ópera total. Irene Theorin encarnará a Isolda y Stefan Vinke a Tristán. En el foso, Josep Pons.

Vuelve Tristán e Isolda al escenario del Liceo, donde fue vista por primera vez el 8 de noviembre de 1899. Los mimbres son los de la producción ideada para la Ópera de Lyon por el director de escena Àlex Ollé (La Fura) y el escenógrafo Alfons Flores, una pareja de la que recordamos un brillante y discutible Holandés errante en el Real hace dos temporadas. Parece igualmente brillante -no sabemos si también discutible - su visión de esta ópera de amor y de muerte que se podrá ver a partir de este martes, 28. Emplean una gigantesca semiesfera de 5.200 kilos que corona el escenario, que se convierte en el centro de un universo simbólico. Una estructura que es la luna del primer acto, el castillo del rey Marke en el segundo y la losa que carga Tristán en el tercero. Junto a ella se utiliza una plataforma en movimiento, todo animado por videoproyecciones y encaminado a servir el anhelo wagneriano de la obra de arte total.

En verdad, pocas composiciones líricas tan totales, tan ambiciosas, tan redondas, tan extraordinarias como esta ópera estrenada en Múnich en 1865. Es perfectamente representativa de esa pretensión del compositor germano que partía de establecer un discurso musical continuo apoyado en un lenguaje especialmente evolucionado. A mediados de 1865 el músico tenía ya en su mano toda la elocuencia, la potencia y el conocimiento del artista pleno. Pero la nueva partitura era otra cosa. Inicialmente, una ópera fácil de representar, con pocas voces y una estructura musical aparentemente sencilla. Pero desde el Preludio se aprecia que esto no es exactamente así.

 

A partir de ahí se abre un arco en forma de lied con una introducción y un desarrollo que trabaja sobre las variaciones de dos células elementales y expuestas en los dos primeros compases, una melódica de cuatro notas y otra rítmica (breve-larga-breve), que dan lugar a la formación de siete ideas diferentes, que entran a formar parte de la maraña de motivos conductores, los célebres leitmotiven. Sin duda, uno de los puntos de referencia de toda la obra, de toda la música del siglo XIX realmente, es el famoso acorde inicial, definido así por el compositor: “Séptima invertida del relativo de la dominante de la dominante”. No es un trabalenguas ni un acertijo. Se trata de un acorde constituido por dos intervalos de cuarta aumentada (el célebre tritono o diabolus in musica) o quinta disminuida: La-Mi-Si; tiene su propia simbología: la unión -androginia- de Tristán e Isolda, que son una sola persona, lo que hinca sus raíces en las teorías sufistas: La y Mi llevan a la Transfiguración: Si. La simbología del acorde parece clara: la unión es deseada, pero resulta imposible de realizar.


Elenco de altura
El Liceo ha reunido a un reparto de bastantes garantías, encabezado por la soprano sueca Irene Theorin y el tenor alemán Stefan Vinke. Ella, con su bruñido metal y su talento dramático, es una de las grandes Isoldas de la actualidad. Él, de menor caudal, poseedor de un timbre no especialmente rico, es un esforzado y digno compañero. A su lado, un magnífico bajo-barítono como Albert Dohmen -Wotan no pocas veces en Bayreuth- encarnará al rey Marke, para el que creemos le falta algo de rotundidad y oscuridad. Brangania es la excelente Sarah Connolly, musical y certera, y Kurwenal el aseado Greer Grismley, quizá no muy lustroso tímbricamente. En el foso, Josep Pons, siempre minucioso, analítico, pulcro y conocedor, estará en su salsa.

Arturo Reverter
El Cultural

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