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Joaquín Achúcarro: "A mis 85, sigo estudiando cinco horas diarias"

26/11/2017 |

 

El pianista vasco sigue rompiendo las barreras del tiempo. Mantiene una actividad incesante. En la Universidad de Dallas no le dejan jubilarse como profesor. Y orquestas y teatros no paran de reclamarle. Sus compromisos llegan hasta 2019. Este fin de semana, de momento, interpreta a Ravel con la Orquesta Nacional de España.

 

De niño, Joaquín Achúcarro (Bilbao, 1932) se quedaba dormido mientras escuchaba a su padre tocando el piano. Chopin, Schumann, Brahms... El doctor Achúcarro se recreaba con su vocación musical ya de noche, después de la jornada en la consulta. Pero un día su pequeño le dijo que quería tocar el violín. ¡¿Cómo?! Se había encaprichado de sus cuerdas al escuchar el concierto para este instrumento de Brahms. La respuesta paterna fue de una ironía inapelable. La reproduce al teléfono desde su casa bilbaína: "No te preocupes, que Brahms también tiene dos conciertos para piano". Cuando le sentaron a las teclas rápidamente se comprobó que sí, que ese era su lugar en el mundo. Lleva habitándolo más de siete décadas, en un alarde de longevidad artística, hilvanando notas en pos de la belleza y los arcanos de cada partitura. Eso es lo que hará, una vez más, este viernes, el sábado y el domingo con la Orquesta Nacional, bajo la batuta de Pedro Halffter. En atriles, uno de sus amores más antiguos y cultivados: Ravel.

Pregunta.- ¿Cómo se enamoró de él?
Respuesta.- Las razones de todo enamoramiento son misteriosas. Supongo que influyó mucho que estudiase en París con Marguerite Long, que fue quien estrenó su Concierto en sol. Gracias a ella supe muchas cosas de Ravel, casi como si lo hubiera conocido personalmente.

P.- Una vez coincidió con él en San Juan de Luz, ¿no?
R.- Sí, fue en el verano de 1936. Habíamos escapado a la carrera de Bilbao por la guerra y nos asentamos allí unos meses. Lo vimos nadando en la playa. Era muy aficionado a la natación, como yo. Me lo contó mi madre.

P.- Va a tocar su Concierto en sol y el de La mano izquierda, que compuso simultáneamente. ¿Cómo diría que se relacionan?
R.- En el Concierto en sol la mano izquierda hace el principio de la cadencia y la melodía. Quizá estuviera aplicando ahí lo que estaba experimentando en el otro, que componía para Paul Wittgenstein, que había perdido el brazo en la I Guerra Mundial. Lo curioso del caso es que compuso dos obras maestras al mismo tiempo.

P.- Tocarlos de una tacada tiene su mérito. ¿A su edad se toma los conciertos como reválidas o autoafirmaciones?
R.- Sí. A mis 85, sigo estudiando cuatro o cinco horas diarias, intentando mejorar y descubrir cosas nuevas.

P.- Para mantenerse en su envidiable estado de forma dice que se ha aplicado siempre un precepto zen: “Duerme cuando tengas sueño, come cuando tengas hambre”. ¿Es posible con tanto viaje?
R.- La verdad es que los viajes, sobre todo los transoceánicos, pasan factura. Yo, sólo con American Airlines, ya he superado los 5 millones de millas. Pero, sí, el descanso me lo tomo como una asignatura obligatoria.

El tiempo ha conspirado a favor de Achúcarro. “Con su paso se adquiere la madurez”, afirma. “Las obras de los grandes jamás se agotan. Compruebas que cuanto más se estudian, más detalles nuevos se encuentran. Las obras van creciendo poco a poco dentro de uno”. Por ejemplo, Noches en los jardines de España de Falla, que ha interpretado cerca de 300 ocasiones y ahora ha grabado con la Orquesta Nacional dirigida por Juanjo Mena. “Es una pieza tan grande, tan bien hecha y tan bien pensada. Y tan extraña: hay pasajes en los que se puede pensar en sus amigos Debussy y Ravel y otros en el Wagner que estaba entonces arrasando en Europa con sus grandes crescendos. Y luego hay otros en los que no puede ser otra cosa más que Andalucía y Falla”, explica.

También la registró con la Filarmónica de Berlín en 2011. Rattle no tenía duda de quién era el intérprete idóneo. “Achúcarro es la encarnación de esta obra”, sentenció. El director británico siempre le ha admirado. Cuando era un muchacho gordito, se le acercaba tras los conciertos para pedirle un autógrafo. Hoy sigue teniéndole en un altar: “Su piano siempre suena siempre legato. Consigue que unas notas crezcan sobre las otras. Quedan muy pocos pianistas con esa capacidad”.

Es lo que siempre se ha exigido Achúcarro: que el piano no parezca un instrumento de percusión, que hable y, al final, acabe cantando. “Cuesta muchísimo”, apunta. Zubin Mehta, compañero de andanzas juveniles en la Academia Musicale Chigiana de Siena, asegura que el sonido que extrae sólo lo había escuchado antes a Rubinstein. Que le comparen con el pianista polaco le honra especialmente. Siempre ha sido una de sus máximas referencias. “Por la cantidad de vitalismo, arte, energía, poesía y humanidad que ponía cuando tocaba”, explica Achúcarro, que le conoció, gracias a unos amigos comunes, en la casa que tenía en Marbella.

Rubinstein le recibió con cierta pereza. Estaba un poco cansado de que le presentaran a jóvenes aporreadores de pianos para que les aconsejara y les diera su bendición. Pero cuando Achúcarro se remangó con Schubert, echó la cabeza atrás, cerró los ojos y empezó a disfrutar de aquel prometedor treintañero, que osó abordar uno de los escollos más enrevesados del repertorio pianístico, el Scarbo de Ravel. Tras rematarlo, Rubinstein le dijo: “Acaba usted de revelarme esta pieza, gracias”. Achúcarro flipó. “Yo busqué la verdad que hay debajo del virtuosismo, como siempre. No quiero apabullar con exhibiciones atléticas sino convencer sugiriendo la belleza y el misterio de la música”.

P.- Durante mucho tiempo fue reacio a grabar discos. ¿Piensa que ese misterio no se puede atrapar y fijar?
R.- Es que antes sólo grababan discos las grandes figuras, como un Casals, por ejemplo. Eran músicos que habían asimilado y habían vivido las obras. Hoy se puede grabar un disco muy rápido gracias a las nuevas tecnologías. Y las discográficas quieren rellenar sus catálogos y los pianistas jóvenes pueden aprenderse las partituras en muy poco tiempo. Pero yo tengo miedo a escuchar discos antiguos míos, porque ahora pienso en esas obras de manera más profunda, naturalmente. Para grabar, quería tenerlas más interiorizadas, digeridas, hasta que formasen parte de mi organismo.

P.- En la Universidad Metodista de Dallas lleva ya casi 30 años dando clases pero creo que no le dejan jubilarse, ¿no?
R.- [Risas] No, de momento. Y hay gente que sigue llamando e interesándose por estudiar conmigo. Es un capítulo formidable de mi vida: esa relación con pianistas jóvenes, a los que intento desbrozar un poco el camino.

P.- Es normal que no le dejen replegarse: de los 100 pianistas a los que ha enseñado, 98 se están ganando la vida con la música. Garantiza casi el pleno empleo.
R.- [Risas] Sí, y uno de los dos que quedan se metió en el tema de las computadoras, inventó un programa musical para no sé qué y a estas horas es millonario.

P.- ¿Cuánto se aprende enseñando?
R.- Muchísimo, muchísimo. Es un desafío darle una solución a un joven pianista adaptada a sus cualidades y saberle transmitir lo que yo pienso sobre el ritmo, el pedal, el sonido, el canto del piano, su propio potencial. Es un poco como un entrenador de fútbol.

P.- Usted siempre dice que algunos pianos son muy traicioneros, que te la pueden jugar en un concierto. A estas alturas, ¿les teme todavía?
R.- Sí, son esos pianos que los tocas al principio y parece que te van obedecer muy bien pero luego te crean unos líos tremendos.

P.- Pero si usted ya se las sabrá todas...
R.- No, no me las sé todas. Además, no sólo depende del instrumento, que suena muy diferente según la sala en que lo toques. Por eso no comprendo a esos pianistas que viajan con su propio piano, aunque es verdad que ya quedan poquísimos. Una vez me pasó algo muy revelador en una gira con la Orquesta Nacional de Escocia. Un día me pareció que tocaba un piano horrible y al día siguiente uno fantástico. Se lo advertí al manager de la orquesta y me respondió: “Es el mismo, maestro”. ¿Qué pasó? Pues que había cambiado la sala: la primera era muy seca y la segunda mucho más reverberante, el sonido vivía mucho mejor.

P.- ¿Habla mucho con los pianos?
R.- Sí, les hago preguntas constantemente.

P.- ¿Y cómo son esas conversaciones: afables, tensas...?
R.- Sobre todo, largas [risas].

P.- Y todavía sigue estudiando obras nuevas. Creo que en enero tocará por primera vez una de Arriaga, en Bilbao. ¿Se puede saber cuál?
R.- Una transcripción de un Minueto de sus Cuartetos de cuerda. Su pérdida fue una tragedia enorme, era un genio en ciernes. Será un programa dedicado al impresionismo. Le acompañarán Ravel y Debussy.

P.- En 2019 tiene apalabradas dos giras por Japón, con las orquestas Tokio Metropolitan y Yomiuri. Y ya no hay más compromisos a la vista en su agenda. Si le proponen algo que le motive para 2020, ¿lo tomaría?
R.- ¡Pues claro! Mientras el cuerpo aguante, no pararé. Tocar el piano es una de las cosas más bonitas que puede pasarle a uno. ¡Sí, señor!

ALBERTO OJEDA
El Cultural

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