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Beethoven: tormento y gloria

20/11/2017 |

 

 

Partitura de la sonata 'Patética' sobre el cuadro de J. K. Stieler. EL MUNDO

Bajito, feo y con la tez picada de viruela, el genial músico de Bonn logró en su madurez "la alegría a través del sufrimiento".

Respondió con coraje y disciplina a los reveses de la vida, según sostiene un estudio que acaba de editar Acantilado

Ludwig van Beethoven era un tipo bajito y feo, con la tez picada de viruela y tan oscura que sus allegados lo apodaban el español. Tuvo un padre bien dotado para la música, de quien heredaría el oído, pero intrigante y dado a la bebida; de la madre sacó la tendencia a los arrebatos de ira, a menudo seguidos de un sincero arrepentimiento, y, en general, vivió una infancia deprimente y mezquina de la que sólo cabía rescatar la música y el cariño de su madre.

Con estos mimbres esenciales dibuja los primeros años del genio el compositor y musicólogo Jan Swafford en su monumental biografía titulada en inglés Beethoven: anguish and triumph y que en España publica Acantilado con un sucinto Beethoven. El volumen suma casi 1.500 páginas de exégesis de la vida y obra del autor desde la perspectiva de alguien que comparte el oficio del biografiado, y que se alinea con otras semblanzas de parecidas características y ambición -que los hechos hablen por sí solos en la medida de lo posible- como la de Alexander W. Thayer, cuyo trabajo fue revisado y ampliado por Elliot Forbes.

Swafford evita la práctica de juzgar las obras de los compositores a la luz de los acontecimientos y vicisitudes de su vida, pero también la contraria: suponer que la creación de un artista es independiente por completo de su biografía. En el caso de Beethoven, no obstante, se ve obligado a admitir que demostró una capacidad extraordinaria de componer música, muchas veces maravillosa, cuando vivir era un infierno incluso para alguien con tanto coraje como él.

Por un lado estaban los males del cuerpo, de los que se ha escrito y aún se escribe mucho. Desde la adolescencia, cuando era ya un intérprete consumado del piano gracias a su don natural y a las enseñanzas de Christian Gottlob Neefe, sufría episodios recurrentes de vómitos y diarrea que no hicieron sino agravarse con el tiempo. A los 27 años, tras un arrebato de ira -de acuerdo con su propio relato-, tuvo los primeros síntomas de sordera, manifestados de manera aterradora para un compositor: oía menos y con menos matices, y lo que oía se acompañaba de un enloquecedor coro de ruidos y chirridos.

Por el análisis de los cabellos de Beethoven, que sus admiradores se llevaron a mechones como recuerdo al morir (y que dan casi para un subgénero literario aparte), sabemos que padeció una intoxicación por plomo, presente en los utensilios de cocina de la época, en las aguas de los balnearios y de otras fuentes y en el vino, al que se le añadía para potenciar su sabor.

Según Swafford, nuestro hombre era un alcohólico funcional y el abuso de vino adulterado pudo haberle provocado tanto el saturnismo como la cirrosis que acabó con su vida. Al mismo tiempo, escribe que "normalmente el plomo no ataca a los oídos" y que tras el desorden auditivo del compositor podrían estar el tifus o tal vez la viruela infantil.Al sufrimiento, Beethoven respondía con coraje y disciplina, un rasgo enteramente personal, no heredado; a los desafíos, ya fueran de índole personal o musical, con agresividad. Eso, y el amor a la música, lo salvó del hundimiento (o sea, el suicidio) cuando, en la carta a sus hermanos conocida como Testamento de Heiligenstadt, confiesa que su creciente tendencia a la misantropía y la manía persecutoria se debe a "una larga enfermedad" que, para más inri, se ve obligado a mantener en secreto.

En este punto enlazan los padecimientos físicos con los del espíritu, que se repetirán a lo largo de los años y en dos ocasiones, al menos, lo colocarán de nuevo al borde del abismo. En ambos casos, el detonante fue un desengaño amoroso, según el relato de Swafford. El primero se lo infligió Josephine von Deym (de soltera Brunsvik) y dejó al autor más arisco, soez y desaseado que de costumbre. La protagonista del segundo fue Bettina Brentano, que propició el naufragio y al mismo tiempo el renacer del artista en pos de cotas musicales nunca vistas.

Se ha descrito habitualmente a Beethoven como un pobre desgraciado de quien las mujeres huían. Swafford desmiente este extremo al precisar que tuvo variadas aventuras en Viena y que su prestigio, primero como pianista y luego como compositor, lo hacía muy atractivo para muchas admiradoras.

El problema fue que "todas las mujeres a quienes había amado realmente lo habían rechazado o las había perdido a causa de fuerzas que escapaban a su control", escribe el biógrafo, y de ahí que la ruptura con Bettina le convenciera de que "su arte era todo lo que le quedaba".

Para entonces, Beethoven había logrado en Viena el reconocimiento que le habían dispensado los connoisseurs musicales de Bonn y dejado su carrera de concertista -la sordera la hacía inviable- por la de compositor casi a tiempo completo. Los rasgos singulares de su estilo habían asomado ya en sus tempranas Sonatas electorales y adquirieron especial vuelo -el vislumbre de un futuro completamente nuevo- en los Tríos para piano, violín y violonchelo escritos entre 1793 y 1795.

El nacimiento de Beethoven en 1770 coincidió con el apogeo del optimismo y activismo de la Ilustración alemana, la Aufklärung, que soñó el fin del fanatismo y la tiranía en el mundo. Al terminar el siglo XVIII, la generación siguiente a la del compositor reaccionaría contra los excesos de la razón a través de un nuevo espíritu, el romántico, algunos de cuyos flecos alcanzan a nuestros días.

La entronización de Beethoven como el creador romántico por excelencia se produjo, al parecer de Swafford, cuando su música "entró en contacto" con la sensibilidad romántica. "Su ascenso hacia el estatus de semidiós comenzó entonces", señala, y con él la concepción del genio como algo que se es -y que por tanto se idolatra- y no algo que se tiene, como se consideraba anteriormente.

El biógrafo se desmarca de la visión bastante extendida de un Beethoven revolucionario e iconoclasta en lo musical. Lo considera más bien "un evolucionista radical", esto es, un creador que estudia a conciencia y respeta los modelos del pasado (en su caso, especialmente los de Mozart y Haydn, con quien mantuvo una relación pedagógica larga y conflictiva) para, a partir de ellos, llevándolos siempre al límite, explorar territorios desconocidos.

El mal humor legendario del autor corría parejo con su coraje y su capacidad de resistencia. Cuanto más rondaba a mujeres inaccesibles, cuanto mayor era la tortura de sus intestinos y menos tolerables los zumbidos de los oídos, "más brillante y puro" parecía arder su espíritu creativo, conjetura Swafford, que dedica amplios pasajes del volumen de Acantilado al análisis técnico de las partituras del maestro.

En la sonata Patética, con la que irrumpe "una especie de revolución democrática en la música" -escribe el musicólogo-, el compositor bucea en los rincones más recónditos de la melancolía, la resignación y el desafío. La conocida como Kreutzer abre un nuevo camino donde la metáfora dominante y definitiva será la figura del héroe que el propio Beethoven es en su lucha contra las enfermedades, la sordera y el desamor.

Aún faltarán años para que el músico que ya se siente a la altura de Mozart y de Haydn, aunque no aún a la de Haendel, abrace un último credo humanista reservado a quien ha sufrido como nadie y ha sabido desarrollar los recursos para soportarlo: "La alegría a través del sufrimiento", en sus propias palabras dirigidas a la condesa Erdödy.

Siempre heroico y dispuesto a batallar, Beethoven superaba la resignación del Testamento de Heiligenstadt y hallaba la paradójica verdad de que es posible "existir y trabajar en medio de los incesantes sufrimientos de cuerpo y de mente", indica Swafford. Esa alegría que anida en el dolor resuena en las notas de la Novena sinfonía y del Himno a la alegría, quintaesencia de la sabiduría visionaria de su autor.

 

P. UNAMUNO
El Mundo

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