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NOTÍCIA

Mi ángel, mi todo, mi yo

21/7/2017 |

 

Se publica una antología de cartas amorosas escritas por grandes músicos, desde Mozart hasta Alban Berg. Asistimos aquí a los miedos e inseguridades -y a inusuales explosiones creativas- de las mentes más geniales de su tiempo.


Enrique Granados, Wagner, Beethoven y Berlioz

Cartas de amor de músicos (Turner), antología de la correspondencia amorosa de algunos de los mejores compositores de todos los tiempos, se abre con una cita de Alma Mahler. Asegura que se puede distinguir “al genio, al gobernante y al golpista” por “sus costumbres eróticas”. También se pregunta qué ocurre tras las puertas “legítimamente cerradas” del cuarto de unos amantes. Pues bien, este libro, editado por el prestigioso musicólogo Kurt Pahlen (Viena, 1907-2003), es como abrir esas puertas. En manos del lector queda la tarea de reconocer a los genios que había al otro lado.

Pahlen contaba en el prólogo que de entre todas las cartas disponibles eligió “sólo las manifestaciones espontáneas”. Estas suman más de 300 escritas por artistas tumultuosos, tímidos, serenos (pocos), celosos o inseguros. “Los artistas escriben las cartas de amor más diversas, igual que lo hacen los directores de banco o los vagabundos”, señalaba Pahlen. Para Ruth Zauner, la traductora del volumen, lo más destacable de estas correspondencias es “la sensibilidad y los sentimientos elevados” de los músicos.

Esa intensidad es notable en la dicha y en el sufrimiento. Muchos padecieron, señala Zauner, “la incomprensión de sus semejantes”, lo que generó en ellos desconfianza y recelos que intoxicaron sus relaciones amorosas. Mozart -en quien se advierte, dice la traductora, un gran talento puramente expresivo, literario- es un buen ejemplo. Se enamoró de Aloysia Weber, cantante de 15 años con cuya hermana, Konstanze, se terminó casando. A Mozart lo atormentaban las dudas sobre la fidelidad de su esposa. En una ocasión se enfadó porque su mujer “se había dejado medir las pantorrillas en público”, un juego muy popular en la Viena de aquel tiempo. “Así no procede ninguna mujer que se precie de tener un alto honor -le escribe-. [...] Si es cierto que la baronesa hizo lo mismo, es algo diferente porque se trata de una mujer entrada en años (que ya no puede excitar a nadie) y que además es muy aficionada [...]”.

En contra de buena parte de los biógrafos de Mozart, Pahlen defiende a Konstanze porque a su lado, dice, “el artista compuso un número casi inabarcable de grandes obras maestras, desde El rapto de Serrallo hasta Las bodas de Fígaro y Don Giovanni”. Tras la muerte del compositor, y ya casada con Georg N. Nissen, que más tarde sería el primer biógrafo del músico, la mujer tomó conciencia de la grandeza de Mozart y se dedicó a proteger su legado.

El tormento interior de los artistas es evidente en las correspondencias de Beethoven, de Smetana -sordo y loco-, de Mahler o de Alban Berg. Todos los antologados vivieron en un espacio de tiempo de 150 años -de Mozart al mismo Berg-, lo cual dificulta la detección de rasgos comunes. “La mayoría son sin duda hijos de su época -comenta Zauner- , pero además tienen vidas complicadas y encuentran en la creación una forma de dar salida a sus demonios”. Sí que es posible rastrear, añade, “la inflexión que supone el Romanticismo y la huella que posteriormente va a dejar en la creación y en el amor”. Pahlen dice que su intención al abordar la antología, si bien no por completo relacionada con su interés musicológico, sí que buscaba “ser una guía por la psique, a veces infinitamente complicada, de personas inusuales”.

Fidelidad y desengaños

Enrique Granados es el único español de la lista. Se ofrecen algunas de las cartas que envió a su mujer y madre de sus seis hijos, Amparo Gal, a la que llamaba cariñosamente Titín. Aunque se separaran pocos días, Granados nunca se olvidaba de escribirla. Su alegría, su tono casi infantil, es excepcional en este libro: “Recibirás la carta el martes y el miércoles en vez de carta tendrás a tu Quique al ladito para decirte cosas ricas. Estaré dos o tres días contigo, verás qué cosas te contaré, verás lo que pasa cuando se quiere como yo quiero, verás cómo y de qué manera es tu Quique capaz de quererte”. Granados y Amparo Gal murieron juntos en 1916, de regreso de Nueva York, cuando un submarino alemán torpedeó el barco que los traía desde Inglaterra, en donde habían hecho una escala.

De Beethoven se publica el testimonio de amor según Pahlen “más apasionado y agitado” de todos los escritos por los grandes compositores (lo ofrecemos en el despiece). No sabemos la identidad de la destinataria, esa “amante inmortal”. De otros, como Berlioz, podemos recorrer la vida sentimental completa, de principio a fin, a través de las misivas. El francés estuvo enamorado desde niño de Estelle, su “Estrella de los montes”. Moría de celos cuando otro hombre le dirigía la palabra. Pasó diecisiete años sin verla. Mientras tanto tuvo mil aventuras y estuvo casado con Harriet, a la que escribió cartas igualmente encendidas: “¡Oh, qué desdichado soy! No creía merecer tantos sufrimientos, ¡pero bendigo los golpes que provienen de sus manos!”. Después de reencontrarse con Estelle, ya mayor, le escribió una carta en la que confesaba su “pasión fiel y duradera”. En una de sus últimas cartas se despide: “Sí, la vida es hermosa, pero todavía más hermosa será la muerte a sus pies, con la cabeza apoyada sobre su regazo, sus manos en las mías... y terminar así...”

Hay muchos más. Para Wagner tres mujeres tuvieron importancia. En ningún otro como en él, señala Pahlen, se tiene “la permanente sensación de que todas las personas que lo rodean son solo medios para su intención creadora”. A Minna, que encarnaba para él la pasión sensual, le reprocha constantemente que se separe de él: “Abre tu corazón, Minna, y si no lo haces, te obligaré a ello; por Dios que voy a Berlín y te saco de ahí a la fuerza; y si eso te duele, entonces dime que ya no me quieres, ¡para que me dé yo mismo el golpe mortal!”.

@albertogordom


De Beethoven a su “amante inmortal”

¡Mi ángel, mi todo, mi yo! Hoy solo unas pocas palabras y con lápiz (el tuyo). Hasta mañana no sabré con certeza mi domicilio: ¡qué desperdicio de tiempo en asuntos tan insignificantes! ¿Por qué esta profunda pesadumbre cuando es la necesidad la que habla? ¿Acaso el amor puede consistir en otra cosa más que sacrificios, exigencias de todo y nada? ¿Acaso puedes cambiar el hecho de que tú no seas enteramente mía, ni yo enteramente tuyo? ¡Oh, Dios, contempla la hermosa naturaleza y tranquiliza tu ánimo respecto a lo inevitable! El amor lo exige todo y con pleno derecho: a mí para contigo y a ti para conmigo. Solo que olvidas tan fácilmente que yo debo vivir por ti y por mí... Si estuviéramos completamente unidos, experimentarías este dolor tan poco como yo. Mi viaje fue horrible; no llegué aquí hasta ayer a las cuatro de la madrugada. Como escaseaban los caballos, la diligencia escogió otra ruta, ¡pero qué espantoso camino! En la penúltima etapa me previnieron contra el viaje nocturno, intentaron intimidarme con un bosque, pero justamente esto me tentó, y me equivoqué. El coche se rompió en un camino tan horrible, sin motivo, por el puro camino. Sin esos cuatro cocheros que me acompañaban me hubiera quedado en medio de la ruta. Esterházy corrió la misma suerte que yo en el camino habitual con ocho caballos, no con los cuatro que llevaba yo. Pero en parte también disfruté, como siempre que supero algún contratiempo con suerte.

¡Ahora, rápido de lo externo a lo íntimo! Nos veremos pronto, espero. Tampoco hoy puedo transmitirte las observaciones que he hecho estos días sobre mi vida. Si nuestros corazones latieran cada vez más unidos, no las haría, sin duda. El pecho está pletórico, deseoso de decirte tanto... Ay, hay momentos en que encuentro que el lenguaje es demasiado pobre. Alégrate; sigue siendo mi más fiel, único tesoro, mi todo, como yo lo soy para ti. El resto de lo que deberá y tendrá que ocurrir con nosotros lo decidirán los dioses.

Tu fiel
Ludwig
6 de julio por la mañana

ALBERTO GORDO
El Cultural

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