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Glenn Gould: "No me gusta ir a conciertos. Salvo a los míos, a los que asisto religiosamente"

1/3/2017 |

 

 

Ahora mismo, a 20.630 millones de kilómetros, la sonda Voyager 1 se aproxima a la estrella Gliese 445 custodiando un disco dorado con información del planeta Tierra, saludos en varios idiomas y una grabación de El clave bien temperado, de Johann Sebastian Bach, interpretada por Glenn Gould. Resulta interesante que el objeto hecho por el hombre que más lejos se encuentra de nosotros lleve un pedazo de alguien que nunca terminó de estar en este mundo.

Glenn Gould (Toronto, 1932- 1982) siempre llevaba consigo una desvencijada silla, llevaba manoplas en verano, remojaba sus manos en agua caliente antes de tocar y se ponía unos guantes de caucho que le llegaban hasta las axilas para nadar. Tampoco tocaba con partitura (tenía memoria y oído absolutos), ni apenas usaba el pedal, y en lo más alto de su carrera como pianista decidió dejar de dar conciertos y dedicarse a la grabación de discos. Sus interpretaciones de Bach, Schoenberg o Bruckner van siguen dejando boquiabiertos a quienes las escuchan por su capacidad de ir más allá de la mera recreación de las notas que pensaron los compositores. Y, por todo ello, la mitomanía musical le ha ubicado en el Olimpo de los genios que fascinan tanto por su espectacular talento como por la extrañeza que provocan.

Sin embargo, Gould siempre estuvo en contra de ese malditismo y del circo en el que pretendían ubicarle. El músico y documentalista Bruno Monsaingeon trabajó con él y lo conoció bien, hasta el punto de descubrir que en todas sus supuestas extravagancias lo que había era un profundo compromiso ético con la obra musical. Por eso, tras la muerte del canadiense, se dedicó a recopilar las palabras que Gould había ido desperdigando en entrevistas, textos y en un extraño proyecto (Videoconferencia) concebido entre ambos y reunirlos en un volumen de título elocuente: No, no soy en absoluto un excéntrico.

Acantilado recupera ahora aquel libro con una traducción del compositor y musicólogo Jorge Fernández Guerra que descubre a un Gould más humano que ese otro mito con el que se suele ventilar su figura.

"Me río al escuchar a la gente decir que soy excéntrico", dice Gould en el comienzo del libro, en un fluir de confesiones personales muy lejanas del silencio en el que se encerró después. "Espero que lo que se ha llamado mis excentricidades personales no impida apreciar la verdadera naturaleza de mi forma de tocar. Creo que no soy en absoluto un excéntrico", explica en otro momento. "Es cierto que llevo casi siempre uno o dos pares de guantes, que a veces me descalzo para tocar, y que otras veces, durante un concierto, alcanzo tal grado de exaltación que parece que toque el piano con la nariz. Pero no se trata en absoluto de excentricidades personales, sino tan sólo de las consecuencias visibles de una actividad sumamente subjetiva".

En el libro, Gould salta de la reflexión creativa a la memoria biográfica. Así, sostiene que "el objetivo del arte es la construcción progresiva, en el transcurso de una vida entera, de un estado de asombro y de serenidad". Y luego evoca con naturalidad: "Como me negaba a devolver los golpes cuando me pegaban, a los muchachos del vecindario les divertía meterse conmigo. Pero es exagerado decir que esto sucedía habitualmente. A lo sumo, cada dos días".

Respecto a su aislamiento del mundo, explica lo siguiente: "Hasta donde recuerdo, siempre he pasado la mayor parte del tiempo en soledad. No es que sea asocial, pero me parece que si un artista quiere utilizar el cerebro para un trabajo creador, la llamada disciplina -que no es más que una manera de excluirse de la sociedad- es algo absolutamente indispensable (...) Todo artista creador que quiere producir una obra digna de interés debe resignarse a ser un personaje social relativamente mediocre".

Curiosamente, el único ámbito en el que Gould no soportaba las críticas era en el de sus escritos ("No me afecta nada lo que pueda decirse de mis interpretaciones o composiciones, pero me duele la menor crítica a mis escritos"), por lo que resulta curioso ver su lucha por explicar lo que no se puede usar con palabras y, al mismo tiempo, hacerlo con un lenguaje poético: "Algunas tardes en las que mi emotividad es particularmente intensa, tengo la sensación de que puedo tocar como un dios y, en efecto, así es. Otras tardes me pregunto sencillamente si puedo llegar hasta el final del concierto. Es muy difícil de explicar... porque al tocar el piano la personalidad está totalmente implicada. No puedo pensar demasiado en ello por miedo a convertirme en el ciempiés al que le preguntaron en qué orden movía sus patas y quedó paralizado por el simple hecho de pensar en ello".

De ahí que Gould siempre juegue a ese humor típico de quienes han encontrado la lente de la lucidez para ver el mundo. "No apruebo que la gente vea la televisión, aunque yo lo haga", espeta en una entrevista. Y, sin pelos en la lengua, deja reflexiones para la posteridad como ésta: "No soy un fanático de la ópera, con dos excepciones: Mozart y Richard Strauss, a los que adoro (...) Pero lo que considero un anatema es la ópera italiana. Verdi me pone enfermo y Puccini me indigna".

 

DARÍO PRIETO
El Mundo

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