(Photo by Marco Borggreve)

Dmitri Dmítrievich Shostakóvich escribió tres sinfonías durante la década de los años treinta del siglo pasado. Pero solamente una de ellas, la cuarta, la mantuvo bajo llave durante 27 años a raíz de la crítica oficial que recibió su ópera Lady Macbeth de Mtsensk. Es posible que el mismo autor considerara que la partitura en cuestión necesitara envejecer para ser interpretada de una manera más libre en un lugar remoto de la historia soviética.

La lectura de la esencia que Valery Gergiev aporta de la Sinfonía nº 4 en Do menor, op.43 ha ido transformándose, también, a través del tiempo. Si encontró texturas diáfanas, véase la escala modal en la cuerda en los últimos compases del primer movimiento o en el scherzo brahmsiano, o incluso supo incidir en el colorario ruso/folclórico que hace pensar en un Tchaikovsky danzarín, en sus primeras versiones se mantenía distante, ¿algo tímido?, con los pasajes orquestales más potentes. No obstante, los años, al igual que en la partitura, pasaron y dejaron huella y hoy en día puede considerarse a Gergiev como el más dotado para este tipo de repertorio. El clímax del primer movimiento, la fuga central donde obliga a la cuerda a encontrar sensaciones desconocidas, peligrosas pero excitantes, o el paisaje desolado que dibuja al final de la interpretación dejarán poso en una Barcelona que se rindió a sus pies durante los tres conciertos ofrecidos.

La idea de juntar a la OBC más la Mariïnsky merece un aplauso.

Enhorabuena a todos los que hicieron realidad este proyecto grandioso, espectacular, inolvidable.